Highlander en la niebla by Natalia Walsh

Highlander en la niebla by Natalia Walsh

autor:Natalia Walsh
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela, Erótico
publicado: 2018-04-16T22:00:00+00:00


Calor.

Silencio.

—James.

La luz lo cegó al abrir los ojos. Cuando estos se acostumbraron distinguió la silueta de su madre, que sonreía.

—Estás en casa, James. ¡John, venid, ha despertado!

—Madre…

Pensó, al verla, que aquel bien podía ser su hogar, estuviera donde estuviera, fuera o no bañado por el lago Ness.

Intentó incorporarse, pero ella lo retuvo.

—No debes moverte todavía. La herida apenas ha dejado de sangrar y puede infectarse.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Solo unas horas… Meribeth arribó el bote bien pasada la medianoche. Es un milagro, James, pensábamos que no volveríais…

Enmudeció cuando lord Grant entró en la alcoba, seguido de su hermanastro. Si bien John el bastardo nunca fue santo de su devoción, se alegró de verlo incluso a él, después de todo lo sucedido.

—Padre. John.

—Desobedecisteis mis órdenes, James.

—Lo siento, señor.

—Una decena de hombres perecieron tratando de rescataros.

De nuevo, un «lo siento» escapó de sus labios. Evitó la mirada de su padre y se topó con la media sonrisa de su hermanastro.

—No le contaremos a nadie que la doncella os trajo hasta aquí, James el osado —se burló—. Estoy segura de que a ella tampoco le importará, siempre que se lo paguéis con vuestro afecto.

—John, no es el momento —empezó su madre—. Dejadlo tranquilo, os lo suplico.

La presencia del joven parecía incomodarla tanto como a él; no más que llamarlo por su nombre de pila, también el de su marido. James había oído a sus padres discutir cientos de veces sobre aquello, y la respuesta del lord era siempre la misma: «John es un Grant y, aunque no resulte digno de mi apellido, llevará mi nombre».

John no dejó pasar la oportunidad de mostrar su desprecio.

—No sois nadie para mandarme callar, Aileen. Esta es mi casa.

—¡Basta!

Para variar, fue lord Grant quien perdió los estribos. Con un gesto brusco ordenó a su bastardo que saliera. Miró a su mujer y, tras asentir, ella abandonó también la alcoba.

—Os alegrará saber que los Gowan han cuidado de los pocos Grant que quedaban en Urquhart. También de mí —dijo entonces James.

—No lo dudo. Alfred es un buen hombre.

—Los Macdonald lo colgaron ayer, en mi lugar.

—James…

—Celebró el ataque del castillo a escondidas, igualmente. Por primera vez en años, habían recobrado la esperanza.

Habló sereno, pues así se sentía a pesar de todo, y percibió la sorpresa en el rostro de su padre.

—No parecéis el mismo hombre, James.

—Pensaba en vos todo el tiempo, padre. En que es más difícil alejar la mano del arma que empuñarla. Esperé horas, días… —suspiró—. Siento haberos desobedecido.

—Estáis vivo.

—Ellos me ayudaron a salir de allí. Yo solo tuve que ser paciente y confiar.

Lord Grant se puso en pie y dio algunas vueltas por la habitación.

—No os reprenderé más. Sé que sois joven y apenas habéis comprendido el verdadero peso de las armas. Hice todo lo que estaba a mi alcance para evitar un baño de sangre: rogué a su majestad, suplicándole que se nos devolviera aquello que nos fue concedido legítimamente después de años de trabajo y sacrificios. —El Lord suspiró—. ¿Creéis que mi mano no tiembla también



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